5/2/09

Compota de cerdo

Yo siempre fui al mismo colegio. Bastante buen barrio, buenas instalaciones, buena reputación y cierta fama de mano dura son cosas que a los padres siempre les suele molar a la hora de apuntar allí a sus retoños. Lo de las instalaciones era discutible, lo de la mano dura no, aunque en nuestro caso he de decir que ésta fue siempre repelida con irreductible tenacidad y con no poco éxito a lo largo de los años. Bueno pues eso, un cole. Un cole de curas, aunque realmente allí curas no había más que uno, interino, y el resto eran de una congregación religiosa y se hacían llamar hermanos. El hermano Tal, el hermano Cual. Eran como unos sesenta y vivían allí, en hermandad claro, y llevaban muy a honra el haber hecho los tres votos. Pero no eran curas, lo que eran es una mesnada de meapilas de tomo y lomo. Paletos. Gente pocha. Ni sacerdotes ni seglares, un sí pero no, un mitá camino, un aguachirri. El resto del cuerpo docente estaba formado por un plantel (iba a decir de gente normal, pero distaría de ser cierto) de seglares.

Uno de aquellos profesores, llamado Humberto, alias compota de cerdo, alias chulapón, alias bolita de bakalao, me dio clase de química en octavo de E.G.B. . Bajito, bastante obeso, cabellera tendiendo a rala, con la nariz arrugada, como si siempre oliera a mierda. Un triste, un tipo de esos peligrosos y acomplejados, poco claro, incapaz de mirar a los ojos a un niño de catorce años mientras te echaba la peta. Un amargado dominguero, de los de chúndal de felpa, bolsita de agua caliente, paquete de galletas, transistor y mucho estudio estadio. Con todo el dolor de mi corazón diré en honor a la verdad que era socio del Madrid, aunque ya podía haber sido el muy cabrón del Atleti o del Betis por ejemplo, que le iba más. Treinta y pocos por aquel entonces, soltero, residente en una casa compartida con su anciana madre y su tuerta hermana. Un pibe que siempre que había fiesta en el colegio venía vestido de chulapo, poniendo cara de interesante, con una de sus manitas metida en el bolsillo del chaleco.

Recuerdo un día en el que me demoré con los amigos mientras volvíamos para casa. Estábamos en un puente que cruza la emetreinta lanzando a la carretera todo el material escolar del que habíamos hecho acopio durante las clases vespertinas, sustraído, generalmente sin violencia, de los estuches distraídos de nuestros confiados compañeros de clase. Varios botes de tippex, fluorescentes, rotuladores, pilots…vamos, un festival. Y en mitad de todo aquello, en plena vorágine de destrucción, apareció compota de cerdo. Nos hizo sacar las agendas a los cinco y en todas ellas apuntó de su puño y letra una nota en la que reflejaba lo que acababa de ver y que debíamos de llevar firmada de casa. Así de cabrón.
La firma fue debidamente falsificada y aquel incidente pasó a la historia, pero aún lo recuerdo, el tío ahí, en plan sheriff, creyéndose un tipo duro por primera vez en su vida, más hinchado de lo habitual. Tuve muchos profesores peores que éste, pero lo que sucedió aquella tarde es una de esas cosas que no se olvidan.

Por eso me resultó curioso leer los mails que un amigo me envió el otro día. El primero de ellos era una noticia escaneada del periódico en la que se podía leer que un profesor del colegio tal y que responde a las iniciales de H.D., iba a ser juzgado por haber cometido abusos sexuales sobre una de sus alumnas de quince años. Contaba que por lo visto los padres de la joven habían vuelto una tarde a casa antes de lo habitual y cuando vieron a su hija ésta estaba semi desnuda en su cuarto y en visible estado de nerviosismo. Se alarmaron un poco y cuando echaron un ojo más detenidamente observaron alguna prenda de vestir masculina y una mochila que no era de su hija y que descansaba también sobre el suelo del cuarto. Al no obtener explicación referente a aquella extraña mezcla de elementos sospechosos, y suponiendo, como es lógico, que la niña se estaba tirando al Charly o al Richy o a cualquier otro compañero de estudios, comenzaron los gritos. Y en éstas que, como aquel día en el puente, apareció el Compota, que salió del armario (literal) con la sucinta vestimenta de unos calzoncillos (slips blancos en mi imaginación) pronunciando la siguiente frase a modo de presentación: “ha sido consentido”. La guinda. Soy yo el padre y me arruino la vida. Creo que en esa tesitura lo más lógico habría sido reventar a ese maldito gordo.


El siguiente mail mostraba la sentencia condenatoria contra Humberto Dominguez Marín según la cual habría de cumplir cuatro años de cárcel. Bien empleado le está, por hijo de puta.

Aunque me pregunto qué parte de culpa tuvo la chica en todo esto. Quince años no me parecen tan pocos, sobre todo estando las generaciones como están. En un tiempo en el que en ese mismo colegio al que yo iba hace catorce años, hay ahora chicas menores de quince que te mandan sus fotos desnudas si les recargas el móvil, hijas de profesores sorprendidas chupando pollas en los recreos, tangas por todas partes, móviles con cámara, internet, Paris Hilton… Demasiado desmadre, demasiada pérdida de norte, demasiada cultura de lo fácil, demasiada LOGSE y sucedáneos. Pero que nadie crea que estoy siendo fariseo, seguro que si yo hubiera crecido con todo eso habría sido incluso peor que ellos. Me hago viejo, lo noto. Yo sólo digo que quince años no me parecen tan pocos como para no enterarse de lo que pasa. Sólo eso.

Me ha dado por pensar en Humberto, sin resentimientos por lo del puente, imaginándole en su celda, mirando por la ventana al mismo tiempo que muy lejos yo escribo esto. Me pregunto si ya será la puta de alguien. Me pregunto desde dónde verá los partidos del madrid, dónde se apolilla su traje de chulapo.

Ya por último, y antes de dormirme, me imagino lo que le costaría al compota echar un polvo cuando estaba fuera, años y años sin meterla. La falta de contacto enloquece a la peña. Le imagino ahora entre rejas, olvidando todas aquellas fórmulas y los problemas y el peso atómico del Wolframio. Le imagino perdiendo la chaveta poco a poco, recordando sólo aquellos tiernos y dulces labios rodando por su rechoncha anatomía, y por un momento, sólo por un momento, me pregunto si al muy cabrón le mereció la pena.

4 comentarios:

  1. El compota ese es un fósil, un boniga, un booooñiiiigaaaa.... y más nosivo que una leshuga de Shernoví!!!

    Alguien me puede decir como me pongo en contacto con él? Lo digo por lo del abono del Madrid.

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  2. Por cierto. Está de puta madre... very well Manuel.

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  3. Advierto un detalle que has pasado ligeramente por alto en la entrada: cabrones como vosotros eran los que hacían desdaparecer cosas de mi estuche... para luego arrojarlas al paso de automóviles desde un puente... ¿y el cabrón es el "compota de cerdo"? Tócate los cojones.

    Yo preguntándome dónde puñetas habría metido mi goma de borrar Pelikan para mina-dura/mina-blanda mientras ésta golpeaba el parabrisas de, pongamos por caso, un R-5. En cuyo conductor nadie se detiene a pensar, claro está; ese vehículo no es más que un objeto inane que discurre plácidamente por la antigua M-30 (actual Calle 30).

    Que pienso yo, vale; si se trata de un R5 Copa Turbo, no es descartable que el conductor fuese un suicida y, si en lugar de una cuasi-inocente goma de borrar se arroja un objeto algo más contundente como un bote de Tipp-Ex lleno (o medio lleno, con el Tipp-Ex soy más optimista que con el güisqui), todavía le habíais hecho un favor pero si se hubiera tratado de otro coche como, pongamos una vez más por caso, un Citröen BX rojo, podía ser mi padre que volvía del curro a recogerme al cole, con lo que me habríais robado algo del estuche para luego provocar con ello un accidente automovilístico a mi padre... ¡Convirtiéndome a mí con ello en potencial sospechoso! ¡Hijos de puta!

    Quién me iba a decir que las preadolescentes tendencias nihilistas que me hacían preferir los tachones a los líquidos correctores salvarían un día la vida de mi padre y evitarían mi reclusión en un centro de menores. Bueno, ellas y/o el "compota de cerdo" al que, a estas alturas ya habréis caído en la cuenta, podríamos todos deberle mucho sin siquiera saberlo...

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  4. A mi me gustan los goonies.

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